Con el lanzamiento de la serie de televisión Confinados, el pasado domingo, el canal RCN se aventuró a explorar nuevas rutinas de producción, retomar modelos de programación e inclinó la balanza en el eterno debate sobre qué es más importante en una pieza audiovisual: la historia o la puesta en escena.
El vertiginoso avance de la tecnología de captura de imagen y sonido, y el abaratamiento de los equipos técnicos para la producción audiovisual, ha facilitado la realización de producciones y la ha democratizado, poniendo, relativamente, al alcance de cualquiera, la posibilidad de narrar desde la imagen en movimiento.
Desde hace ya varios años el mencionado avance tecnológico ha difuminado la línea divisoria entre los soportes de exhibición del cine, el video y la televisión; de esta manera los realizadores han cruzado las fronteras narrativas aplicando los lenguajes de unos y otros soportes de manera indiscriminada, es por esto que cada vez es más común que las series parezcan películas largas y que las películas se consuman, por parte de los espectadores, en plataformas diferentes a las salas de cine y con rituales adaptados a los nuevos medios. Es decir, la diferencia entre unos y otros no radica en el lenguaje audiovisual, ni la narrativa ni en el soporte de proyección, apenas sí, ligeramente, en el rigor técnico y densidad temática. La diferencia está, entonces, en las historias, en la complejidad con la deciden los guionistas contarlas y las exigencias de producción que en los libretos reposan.
Confinados, cambia las rutinas de producción, que están en proceso de modificación desde hace unos años, porque, pasa de los grandes estudios, de las unidades móviles, de la producción multicámara y los numerosos equipos humanos; a producciones hechas en locaciones reales —Las residencias de los actores— con arte —ambientación, utilería, escenografía— que se tiene a mano, con luz natural —al mejor estilo Dogma 95— y la imagen y el sonido capturados por el micrófono del celular. Todo dirigido a distancia por una videollamada.
Si quitamos el aparataje, ¿Qué queda?: La historia, que, como podemos ver, sí se puede contar con pocos recursos de una manera digna, dejando el protagonismo a las situaciones, a lo que les pasa a los personajes. Ojo, que esta historia está escrita para hacerse así, con pocos recursos; no se debe generalizar, ya que no es lo mismo dirigir mirando a los ojos, provocando la emoción en el actor, que dando instrucciones a distancia. No es lo mismo narrar con la imagen de un celular que teniendo el control de una cámara, dominando la profundidad de campo y valiéndose de movimientos y desplazamientos con aparatos diseñados para ello. No es lo mismo generar atmosferas con ambientación e iluminación. No es lo mismo, pero al final, es igual: tenemos un producto audiovisual que conmueve, emociona, toca fibras, entretiene.
Quienes se engancharon con el primer capítulo de la serie, vuelven al modelo de la Neo televisión. El cambio de la rutina de producción le baja el ritmo industrial y entonces, hay que esperar para ver el siguiente capítulo, retoma el modelo original de programación de las series de emisión semanal, ahora con el apoyo de las plataformas digitales. Eso produce otra experiencia de visualizado.
El riesgo que se corre es que la industria considere que, como se pueden hacer historias audiovisuales con pocos recursos y la gente igual las disfruta, esa deba ser la nueva forma de producir, y que esto afecte el ecosistema de realización: que los actores sean camarógrafos, directores de arte, luminotécnicos, proveedores de recursos técnicos y estéticos. Esto, justo cuando en las regiones apenas estamos entendiendo la importancia de profesionalizar y especializar funciones en la producción audiovisual.
Muy bien por el experimento; creativo, pertinente, representativo, audiovisual y narrativamente bien hecho. Solo espero, por el bien de la industria, que sea la acepción y no se convierta en la regla.
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