Tan pronto como salió la noticia del fallido acuerdo entre la familia de Roberto Gómez Bolaños con Televisa y la subsecuente decisión de sacar del aire unos programas que llevan 47 años entreteniendo, divirtiendo, poniendo a volar la imaginación. Vigentes en términos narrativos y estéticos. Apareció un grupo de extremistas —esos que pontifican los derechos y reclaman libertades, pero solo en una dirección— a celebrar porque, según la sensibilidad contemporánea, el programa es machista e “impone los clichés de las mafias televisivas” además porque, según ellos, Chespirito fue, —palabras más, palabras menos— un fascista encargado de distraer al mundo mientras los dictadores de América Latina hacían de las suyas.
Algunas de esas apreciaciones aparecen en un artículo —que no referenciaré, para no hacer promoción de semejante barbaridad— en donde afirman, entre otras, que Chespirito estaba en contra del aborto y era proclive a los gobiernos del momento. Crítica absurda, no porque sea más o menos reprochable la posición ideológica del artista, sino porque no procede valorar la obra por la posición política del creador. Algo comparable —produciendo el mismo nivel de indignación— con la descalificación a Gabo por ser cercano al régimen castrista cubano.
Le reclaman a Roberto Gómez que, él y los personajes de sus programas se presentaron en países controlados por dictaduras. Lo que es apenas obvio por ser coetáneos los acontecimientos políticos con la maduración de la obra de Chespirito y el éxito arrollador de audiencia.
Una de las funciones fue en el Estadio Nacional de Chile, lugar tristemente célebre por haber sido usado como campo de concentración en 1973. Cuatro años más tarde fue la función que le critican al humorista. Guardadas las proporciones simbólicas —y justificadas— del lugar; habría que pensar, entonces, que los amantes de la naturaleza no pueden volver a acampar en las montañas colombianas, porque sería una afrenta contra las víctimas de la guerrilla que vivieron el atroz crimen del secuestro, encarcelados en jaulas en medio de la selva. Ni hablar de las violaciones y reclutamiento de menores de los que han sido testigos esos lugares que para algunos son símbolo de aventura, aire puro y espaciamiento.
El universo de la CH creado por Roberto Gómez Bolaños es un espacio habitado por personajes maravillosos que representan las relaciones humanas, en el marco de la vecindad —que es el escenario de encuentro— los personajes son arquetípicos pero auténticos. Diferentes a los referentes de la comedia de situación internacional del momento; estos, muy mejicanos pueden ser muy latinoamericanos.
La narrativa, fácil, desde la perspectiva de chistes y frases reiterativas, generó apropiación y fidelidad de la audiencia. Un desborde de creatividad que se valió de recursos de producción y, sobre todo, de montaje, para ilustrar situaciones divertidas que al final dejan ver en medio de la marcada imperfección de los personajes —como seres humanos— la dimensión moral que dejan las historias.
El Chavo, el Chapulín y las demás creaciones de Chespirito, no deberían depender de negociaciones o mezquindades, sino, estar al alcance de todos, esperemos que vuelvan pronto.
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