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jueves, 9 de abril de 2020

Crowdsourcing


A la distancia más juntos que nunca”

Se comenzó a hablar de colaboraciones remotas conocidas como crowdsourcing en el año 2006, cuando el periodista de tecnología Jeff Howe comenzó a investigar el fenómeno de la tercerización de tareas mediadas por internet. Por allá en 2010, el crowdsourcing, con su hermano el crowdfounding (forma de financiar proyectos, también conocida como micro mecenazgo) se hicieron un espacio en la teoría de la comunicación digital por considerárseles propias y características del ecosistema digital que, para la época, se llevaba la atención mundial.

Bajo el modelo de ‘todos conectados’ y la premisa de la ONU a partir de los Objetivos del Milenio de “reducir la brecha digital” estaban dadas las condiciones para que una porción muy importante de creadores del mundo pudieran comenzar a juntar talentos y producir resultados de alta calidad que difícilmente se podrían conseguir con los recursos, técnicos y humanos, disponibles alrededor de una persona o empresa X en un lugar X del mundo, es decir, lo que permitió la tecnología es que se armaran ‘súper equipos’ con las personas más apropiadas para desarrollar una tarea, sin importar el lugar donde estas se encontraran.

Pero la creatividad no se queda quieta, ni se limita a súper talentos, pronto el modelo de colaboración remota se esparció y aparecieron piezas como Life in a Day, un documental -que si no lo han visto vale la pena que lo hagan- producido por Ridley Scott con el apoyo de YouTube y dirigido por el ganador del Oscar Kevin Macdonald, en el que personas de todo el mundo (consideradas co directores) enviaron colaboraciones de actividades realizadas el día 24 de julio de 2010 para crear una obra audiovisual que recrea un día en la vida del mundo.

A raíz del confinamiento vemos como la dinámica de la producción artística adopta modelos colaborativos como los descritos -sobre soporte audiovisual que sigue demostrando ser el rey porque al video, mayoritariamente, recurren las demás artes para visibilizarse- encontramos en la red a La Filarmónica de Rotterdam que reunió en una pantalla a sus interpretes para nuestro deleite o al cantante Rosarino Juan Baglieto, quien hizo una versión de su éxito El Tempano acompañada por sus músicos, cada uno, desde su lugar de cuarentena. 
Y así pasan los días, Como dijo Baglieto en el colofón de su video “a la distancia más juntos que nunca”, armando un triangulo que se completa con la ecuación: interpretes desde sus casas, espectadores desde las suyas sobre la base de la red mundial de información.

Nos vemos en la Red (0)
www.jurrea.com



Cuota de pantalla 2020

Se está generando la idea de que 2020 es igual a desgracia, incomodidad y arbitrariedad, y curiosamente la cuota de pantalla —que es la cantidad de programas nacionales sobre los extranjeros emitidos por un canal— fijada para ‘paliar’ la crisis de la industria audiovisual baja del 70 % al 20 % —veinte por ciento— la obligación, que tienen los canales que hagan uso del espectro electromagnético, de programar y emitir productos realizados en Colombia con talento y equipo técnico local. 
Colombia se precia de tener uno de los ecosistemas de producción mejor formados y sobre todo dispuestos al trabajo de la región. No en vano se maquilan en nuestro país productos que se emiten en canales internacionales, incluso en algunos que ni conocemos. 
Martín-Barbero describe la telenovela como uno de lo principales productos culturales de América Latina y Ómar Rincón la presenta como “el producto televisivo más importante de la exportación”. Colombia es un gran productor de melodrama ya sea en formato telenovela o seriado, pero eso no es gratuito; tanto la capacidad de producción como los niveles de calidad narrativa son el producto de la exigencia de contar pertinazmente con piezas audiovisuales producidas, realizadas y emitidas en el país como requisito para explotar el servicio de televisión abierta radiodifundida; no solo somos buenos en melodramas, colombia produce formatos de concurso, reality, e informativos de muy alta factura. 
La decisión tomada por el gobierno de reducir la cuota de pantalla con el decreto 516 del MinTic pone en riesgo la estabilidad del sector audiovisual. En primera medida, y en mi criterio la más relevante, porque modifica, en un momento de amplia exposición al medio, los hábitos de los televidentes —quienes como todos los seres humanos somos animales de costumbres— y así, se podría perder el gusto por el producto nacional. No se trata de imponer lo local, para opciones tienen cientos de canales en el cable, que según los reportes de la ANTV tiene penetración superior al 70 % en el país, se trata de no borrar la producción nacional del imaginario de los televidentes y salvaguardar la identidad. En segunda instancia, por el reclamo justo que han hecho actores, directores y libretistas quienes, además de estar en paro por las razones ampliamente conocidas de la COVID-19, dejarán de percibir lo que les corresponde de acuerdo con la ley Fanny Mikey si no hay reemisiones nacionales. Finalmente, porque el decreto permite a los canales regionales usar recursos del FonTIC para financiar su funcionamiento, lo que quiere decir que habrá un 20 % menos de presupuesto para producir una vez superada la crisis. 
El gobierno estableció que estas medidas serán solo mientras el estado de emergencia, pero la sabiduría popular reza que no hay nada más eterno que lo provisional. Mientras tanto, se corre el riesgo de que los canales colombianos se conviertan en contenedores de productos enlatados, de que se borre progresivamente la representación en pantalla de nuestra sociedad y de que se pierda, aún más, la audiencia de la TV convencional, porque emitir enlatados viejos no da rating y para ver producciones internacionales está el cable y las OTT, así que el diferencial son las historias propias, los rostros conocidos, la proximidad con la audiencia, estos producen —a la luz de Kats— la gratificación de los espectadores.

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