Cuando la magia se hizo, por cuenta de la física y la química, debían pasar horas antes de poderse ver el resultado: Una vista por la ventana, la imagen de un personaje, un bodegón. Este fue un proceso que pasó de ser un ritual complejo a convertirse en uno; casi, casi, insulso.
Ayer 19 de agosto se conmemoró el día internacional de la Fotografía. En esa fecha, Louis Daguerre presentó al mundo el daguerrotipo y de manera oficial nació esta bella forma de expresión que, ahora, está al alcance de casi todo el mundo.
Al principio, capturar la imagen fue un proceso que implicó conocimientos propios de las ciencias puras, además de los estéticos. Con el paso del tiempo, el dispositivo ha dejado de ser un mecanismo complejo para convertirse en una interface transparente, en el sentido de no evidenciar su funcionamiento, sino de la obtención misma del resultado: una imagen.
Lo anterior ha devenido en una suerte de saturación visual que hastía y banaliza la imagen. Ahora no se necesita ni ciencia ni estética. La cámara es sinónimo de teléfono móvil, de inmediatez, de ¿improvisación?, de muchas fotos de cualquier cosa —un poco o mucho— en contravía de lo que afirmaba Hanssel Adams: “Una fotografía no es un accidente, es un concepto”, pero claro, el maestro estaba en otro contexto.
La condición evocativa de la fotografía se hace más poderosa con el paso de los años, es decir, con el añejamiento del motivo fotográfico. Al volver a una imagen el carrete se devuelve y se pone en perspectiva la cápsula del tiempo: los olores, los colores, la textura. Cuando nos enfrentamos a una imagen de hace unos años, no es, simplemente, su capacidad icónica la que nos confronta, sino lo que está fuera del cuadro. Por eso, tras la facilidad de apuntar y disparar —que no es del todo reprochable— sería conveniente revisar y depurar, con la conciencia de imaginar con qué nos queremos encontrar dentro de —por decir algo— cinco años, cuando estemos revisando los archivos. Allí valdría la frase de Elliott Erwitt cuando se refiere a la fotografía: “Se trata de encontrar algo interesante en un lugar ordinario. Me he dado cuenta de que tiene poco que ver con las cosas que ves y mucho con cómo las ves”.
Entonces, los verdaderos fotógrafos podrán decir: se están mezclando peras con manzanas —tener un celular con cámara no hace a nadie fotógrafo— a lo que debo responder, cocinar no nos hace chefs, pero nos metemos a la cocina; ni elegir la ropa asesores de imagen, y a diario seleccionamos nuestro vestuario. Así que, entrados en gastos hagámoslo bien.
Nos vemos en la red (0)