El miedo es un motor más potente que la turbina de un avión, una emoción vital y una poderosa razón creativa.
“Oh, miedo, te conozco por mi corazón palpitante,
tu poder deslumbrante inspiró cada línea lúgubre;
y aunque la piedad apacible reclame su parte,
tuyos son todos los truenos de la escena”.
Así son los versos de William Collins, en su contundente Oda al Miedo, pero, infortunadamente la pulsión no siempre se traduce en una bella obra de arte —como la anterior— sino, que el poder creativo del miedo se desdibuja ante la reacción de los pusilánimes, quienes, en vez de conducirlo a la creatividad, aprietan los dientes y los puños ante el que los confronta con su realidad.
Hace apenas unos días, cuando la dinámica de la secretaría departamental de Cultura comenzó a cambiar —para bien—, el ‘sector’ se puso ‘mosca’ y, como en otras oportunidades, se desparramaron en ‘estrategias’ para torpedear los nuevos procesos.
El miedo se apoderó de ellos y comenzaron las injurias por mensajes de WhatsApp, reuniones subrepticias y las visitas a los despachos tratando de amedrentar con manoteos y amenazas. ¡Qué triste!, con las mismas manos con que empuñan las banderas de la paz, golpean escritorios, y con la misma boca que invitan a la concertación esputan las calumnias.
Como dice Silvia Barrei “El miedo nos pone en el lugar de la víctima o del victimario. Pero en los dos lugares alternativamente. Nos dejamos agredir, maltratar, subestimar por miedo. Agredimos, maltratamos y subestimamos por miedo”. Un diálogo al que vale invitar a Borges cuando dice “Mi carne puede tener miedo; yo no”.
Zapping: Margarita Rosa de Francisco, como era de esperarse, deja su columna del diario El Tiempo. El florero de Llorente —editorial— no me pareció ni sesudo ni necesario, en cambio si oportunista. Llamó la atención del país, en un haraquiri de opinión, en busca de hacer poner los ojos en la Colombia Humana de Petro y su autodenominado “pacto histórico” —un yo con yo porque yo soy lo más importante de la política—.
Lástima, se pierde una buena columnista para dar paso a una mala activista, que deja claro, en el título ‘Dilema ético’, de su último escrito en el diario más importante del país; que es una ingrata porque no tiene problema en ensuciar el agua de la que bebió por seis años con tal de servirle a una causa política.
Nos vemos en la red (0)