El ruido, esa constante invasión sonora que a menudo pasa inadvertida, se ha convertido en una especie de monstruo que cada vez más personas parecen no querer controlar. Algunos incluso se jactan de promoverlo, como si fuera un signo de vida y actividad, cuando en realidad podría ser todo lo contrario.
El ruido es una forma de contaminación que nos afecta. La Organización Mundial de la Salud (OMS) ha establecido que los niveles de ruido superiores a 65 decibelios pueden causar problemas como estrés, ansiedad, hipertensión, trastornos del sueño e incluso enfermedades cardíacas. Además, interrumpe nuestra capacidad de concentración y pensamiento, lo que puede afectar negativamente la productividad y calidad de vida.
A pesar de los peligros evidentes del ruido, hay a quienes parece no importarles su impacto en la sociedad. Música a todo volumen, pitos, motores, sirenas estruendosas, pregoneros en las calles, obras y construcciones en todos los horarios son solo algunos ejemplos. ¿Por qué es que a algunas personas no les importa la incomodidad y el malestar que su ruido causa a los demás?
Es hora de que reconozcamos el valor del silencio y la paz en nuestras vidas. El silencio es necesario para nuestra salud mental y emocional. Nos permite reflexionar, meditar y encontrar un sentido de paz interior que a menudo se pierde en medio del ruido constante del mundo actual. Además, el silencio nos permite apreciar los sonidos naturales, como el canto de los pájaros o el susurro del viento, que son mucho más armoniosos y relajantes que el ruido artificial.
Ayer fue el Día Internacional de Concienciación sobre el Ruido —y me cayó como anillo al dedo— por eso escribo esta columna, para desahogarme y para recordar “La Tragedia del Ruido”, el maravilloso cuento de nuestro Maestro Eduardo Arias Suárez.
Después de pegarse el tiro Ricardo Uribe, las gentes exclamaron: “—¡Al fin encontró la paz!—… No había tal. Cuando pasados algunos años la familia del muerto exhumó su cadáver, encontraron el esqueleto, con las falanges de los dos dedos índices incrustadas, como clavijas, en el cráneo reseco, taponando herméticamente el conducto auditivo de los dos huesos temporales. Se había olvidado también mi amigo de que los gusanos mortuorios, cuando nos están mondando los huesos, producen un ruidito sumamente desagradable…”
¡Mejor que me cremen!
Zapping: Tenemos en el Quindío la maravillosa visita del Maestro Hugo Zapata, uno de nuestros más destacados e ilustres artistas plásticos. Hoy jueves estará, a las tres la tarde, en el teatro municipal de La Tebaida, su tierra natal. Estábamos en mora de hacer un reconocimiento al maestro Hugo. Soñamos, cuando pasamos por la Secretaría Departamental de Cultura, con adquirir sus “Testigos” y sus “Flores” para que engalanaran la plazoleta de la Asamblea departamental, pero la mezquindad de algunos no dejó ni siquiera avanzar la idea. En hora buena por el reconocimiento que recibe y gracias a quienes consiguieron que volviera a casa, aunque sea por un par de días.
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