Estamos en la recta final de las campañas políticas para llegar a las alcaldías y gobernación, en esta etapa los debates y foros pululan, en mi criterio, como maleza que crece entre frutos. Muchas corporaciones y agremiaciones lanzan invitaciones para comprometer a los candidatos con los temas de su interés, en una suerte de chantaje que pone a los políticos entre la espada y la pared y los lleva a hacer lo que ya muchos bien saben: ¡mentir! Solo basta con mirar las promesas de los actuales gobernantes en los pactos ciudadanos por las artes y la cultura y compararlos con sus ejecutorias para ver que en buena medida son un saludo a la bandera.
Los que sí tienen más sentido son los debates, que no tibios foros, en medios masivos y digitales de amplio cubrimiento e importantes niveles de audiencia. Estos sí que tienen la función de permitirle a la ciudadanía en general y no a los sectores particulares, conocer las propuestas y, de alguna manera, los comportamientos de los aspirantes a los cargos de elección popular.
Cuando los medios masivos eran los únicos canales que permitían alcanzar a una parte importante de la población, los debates mediáticos tuvieron un alto impacto en la elección, famoso es el debate Nixon-Kennedy en 1960, al que ya nos hemos referido en esta columna, porque fue definitorio en la elección, pero eran otros tiempos donde la mejor manera de cubrir el territorio era con el nuevo medio televisivo. Ahora la cosa es a otro precio, las plataformas digitales permiten llegar de manera directa a segmentos específicos de la audiencia y el mensaje puede ser pertinaz y pertinente.
Así las cosas, el valor de los debates en televisión, por referirnos a un medio en particular, en la actualidad está en el contraste, lo que permite comparar de manera directa la respuesta de cada uno de los candidatos frente a temas coyunturales, además de medir el talante y capacidad de comunicación de los aspirantes.
Sobre la premisa anterior, la inasistencia a los debates mediáticos de amplia difusión es una afrenta a la democracia, en la medida en que privan a la audiencia, cada vez más crítica, de la posibilidad de confrontar las ideas. Los spin doctors, esos asesores políticos que marcan la estrategia en una campaña, suelen ser los responsables de que los candidatos no pongan la cara.
¿Por qué no se atreven a debatir? Es común que el que va punteando en las encuestas no se quiera arriesgar a dar un paso en falso, una palabra mal elegida, en un momento de ‘calentura’ puede costar una elección, aunque eso lo que demuestra es falta de preparación y autocontrol del que deja la silla vacía. También se niegan a dar la cara los que tienen pecados que esconder, pusilánimes y alienados, que dependen de fuerzas superiores, para ellos no es el debate, los argumentos o las propuestas. Suelen ser candidatos con campañas prepagas que tienen los votos contados y para los que un debate representa más una pérdida que una oportunidad de comunicar. Por lo general son las campañas de las maquinarias.
En una época en la que la política se ha convertido en un espectáculo, es fundamental recordar que los debates electorales son más que eso. Son un espacio para la deliberación, la confrontación de ideas y la rendición de cuentas. Son una herramienta esencial para fortalecer la democracia y garantizar que los ciudadanos tomen decisiones informadas en las urnas.
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