El éxodo de algunos medios de comunicación de la plataforma Twitter (X), reabre el debate sobre ¿cómo habitar un entorno digital cada vez más hostil sin renunciar a los valores del periodismo? La decisión de abandonar la red social, tomada recientemente por medios como The Guardian, Dagens Nyheter y La Vanguardia, refleja la creciente insatisfacción con las dinámicas de desinformación que proliferan en estas plataformas. Sin embargo, esta salida no me deja del todo la idea de pulcritud que pretenden implantar los medios salientes.
Por un lado, es indiscutible que Twitter, bajo la administración de Elon Musk, ha ampliado los márgenes para la difusión de teorías conspirativas y contenidos polarizantes. La reducción de la moderación en nombre de la "libertad de expresión" ha puesto en el centro del debate el equilibrio entre el derecho a opinar y la necesidad de combatir la desinformación. En un contexto donde movimientos negacionistas e instauradores de narrativas antidemocráticas pescan en río revuelto, la retirada de los medios puede interpretarse como un acto de resistencia ética. Dejar de alimentar estas plataformas con contenido legítimo puede ser una forma de no legitimar un ecosistema tóxico que perjudica la deliberación democrática.
Sin embargo, ¿cuáles son las consecuencias de abandonar un espacio donde todavía habita una parte significativa de la audiencia? Según Stephen Barnard, especialista en manipulación mediática, la salida de los medios de X tendrá un impacto limitado en términos de tráfico, ya que otras plataformas generan más visitas a los sitios de noticias. Aun así, hay un costo simbólico: el alejamiento puede ser leído como una renuncia a disputar la narrativa en el mismo campo de batalla donde la desinformación avanza sin freno.
Desde una perspectiva comunicacional, este movimiento plantea interrogantes sobre las estrategias futuras del periodismo. Las redes sociales, alguna vez aliadas en la construcción de comunidades y el fortalecimiento de la interacción con las audiencias, se han convertido en armas de doble filo, que impulsan los contenidos, pero a la vez acaparan el tráfico de las audiencias. Así, los medios, al abandonar plataformas como Twitter, enfrentan el desafío de reinventar su relación con el público, apostando por espacios más seguros y responsables, allí surgen propuestas como Bluesky o Mastodon, aunque estos todavía carecen de influencia masiva y a juzgar por los lánguidos resultados de Truth (Trump) y Threads(Meta) la apuesta no será fácil.
La decisión de quedarse o irse de Twitter no es sencilla, ni debe ser evaluada con simplismos. Es una elección estratégica que cada medio toma en función de sus principios y necesidades, incluso, de afán de figuración. Sin embargo, lo que está claro es que, en este panorama de crisis de credibilidad y desinformación, la prensa tiene el deber de no claudicar en su misión de informar y desmentir bulos. Como ciudadanos, nuestro deber esexigir un periodismo que, independientemente del canal que utilice, siga siendo la primera opción frente a la manipulación informativa.
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